Monday, January 15, 2007

¿Inocentes juegos?


Los juegos que me gustan están ligados a mi infancia y sospechó, por alguna razón que todavía no alcanzo a vislumbrar, que tienen que ver con muchas situaciones de mi vida actual.
Primero el pokino, no sé si se escribe de esta manera , lo cierto es que en la casa de mi abuela jugaban pokino por las tardes, luego los juegos de naipe digamos infantiles: la burra pintada, quita montón, el hueso; más adelante telefunque, pokar, 21 y 40.
El parcheese me viene por el lado materno; ese me parecía lo más divertido, hoy no tanto. También pasé por la etapa de la macateta, las canicas y el dominó.
Mi background de juegos es amplio, y sé que con el tiempo una les va buscando más complejidad porque domina los más sencillos; en esa búsqueda hay hallazgos, siempre los hay. Las damas chinas, el ajedrez y los juegos de mesa más modernos como el Operation, el Risk (no lo jueguen siempre hay peleas y esa no es la idea) y el Clue, este último inigualable.
De adulta-adulta, o sea después de los 25 según yo, experimenté los casinos, las máquinas tragamonedas- a estas últimas había ido sólo en el hotel Miramar de Salinas mientras mis padres jugaban en el casino cuando tenía unos 8 años- y la ruleta. Hace unos años mi papá me contó que amobló la casa ganando la ruleta en ese casino. Yo me maravillé y empecé a comprar la lotería de vez en cuando porque empecé a creer en la suerte.
Mi papá compraba el entero en otras época, y una vez se olvidó de comprar su número y me mandó a mi, con la especificación de que le llevara los guachitos que terminaran en 2. Yo, desobediente por naturaleza le compré en 1 y en 3, y se ganó algo así como un millón de sucres. Creo yo que debe haber sido 1993 más o menos.
¿Se acuerdan del trencito millonario? De ese me hice adicta y la adrenalina se me subía cuando raspaba el segundo casillero y me coincidía con el primero porque según yo, la próxima sería igual y me ganaría el cuadro por cuatro.
Parece que la afición al juego me viene por los dos lados, porque mi mamá me ha contado que mi abuelita participaba en todo concurso y sorteo que había. Ahora, mientras empiezo a recordar, también me gustaba llenar los álbumes con los cromos, el de la vuelta al mundo en ochenta días, el de historia del Ecuador, y mucho antes que estos algo sobre personajes de Disney que venían en las tapas de las colas.

Hoy, ya no creo en la suerte, pero el gusto por el juego creció en mí, tanto, que cada salida a un centro comercial intento dar una vuelta por los sitios en donde venden juguetes. Mi mala suerte es que a mi mejor amiga no le gustan los juegos y cuando acepta jugar, scrable por ejemplo, me dice que sólo lo hace para darme gusto. Cuando encuentro alguien que disfruta de los juegos de azar, me sorprendo, me empatizo con la persona, pero todo esto dura poco, o mejor dicho, dura lo que dura la plata que una ha llevado al Casino.

Si cada vez se buscan juegos más complejos, ¿qué significa esto? ¿Invaden los juegos el terreno personal? ¿Será que vamos por ahí buscando algo más complejo para superarlo, o será sólo el simple ánimo de jugar? Otra vez los límites, los límites que me dicen que vaya con mucho cuidado, como si eso no fuera también un juego.

2 comments:

Anonymous said...

Pero si el chiste del Risk es la pelea justamente, las alianzas y las traiciones; me recordaste la frase de Dr. Strangelove: "Señores, no se puede pelear en la sala de guerra".

Ahora mi vicio es el sudoku, y claro, los complejos; a lo mejor es por un narcisismo disimulado, tener el placer de decir que puedo hacer algo que a los demás les resulta difícil. Es divertido de todos modos.

Cuando vaya a Guayaquil te aviso para pegarnos una manito de 40. Un abrazo Anita.

César Eduardo Galarza said...

"Otra vez los límites, los límites que me dicen que vaya con mucho cuidado, como si eso no fuera también un juego"

El simple ánimo de jugar, se dice a sí misma. Cierra los ojos y apura el último trago de la botella. Hace mucho que la cerveza ha dejado de estar fría.

La mano baja sujetando la botella, ésta golpea el suelo y el sonido seco del vidrio estalla en su cabeza. Los juegos, piensa, la niñez entrevista en las fotos que insisten en guardar sin su consentimiento. Los espacios recorridos, las imágenes sin sentido y el pliego de nombres que no recuerda; los familiares de los que siempre habla su padre pero que no significan mayor cosa.

Las fichas en el tablero. ¿Cuál es el premio?, no, mejor: ¿qué se gana? Suelta el cuello del envase. Su mano levanta un leve destello de la tarde. ¿Qué se gana, si siempre se está perdiendo?

Vuelve a cerrar los ojos pero los abre.

Salud, Extraña...

El Escaparate