"Los soles se ocultan, y pueden aparecer de nuevo; pero cuando nuestra efímera luz se esconde la noche es para siempre, y el sueño, eterno". (Catulo)
Lunes, muy tranquila repaso mi día de domingo. De repente me acuerdo de esa canción brasilera, día de domingo, esa que dice, necesito respirar...
El domingo más temprano que siempre intento robarme el carro de la casa de mis padres para llevar a cabo mi plan: ir a votar con mis amigos y luego desayunar en el bolón de Tere, un súper tigrillo. Soy descubierta en el acto, mi padre tan madrugador como yo se ha levantado antes y planea irse a La Palma, con mi mamá, pero ella, desde que trabaja no tiene intenciones de despertarse temprano, darnos el desayuno o simplemente levantarse.
Él me cambia los planes momentáneamente, quiere hacer cambiar los planes de ella, a mi madre que intenta convencerlo de que me preste el carro. Al final me salgo con la mía y a las siete y media ya estoy manejando. Antes tuve carro, y recordé cuánto me gusta manejar; en el viaje que hice una vez con unos alumnos a Machala, nuestra llegada al parque petrificado de Puyango y luego el regreso aparente a Machala, eso sí, después de habernos cruzado la frontera. Una aventura para ellos y para mí, como protagonista de la historia. Tal vez los chicos se acuerden más de eso que de las clases, y si es así, me siento satisfecha.
Después de recoger a mis dos pasajeros llego al recinto electoral, a no ejercer el derecho al voto. He estado siempre empadronada en Balzar y no soy de allá, pero, ¿acaso soy de acá?, ¿será que el error en el padrón quiere ratificarme mi condición de extraña en el puerto? Cuando me acerco a la junta en que me tocaría votar la presidenta me reconoce, y dice, ¿pero si usted votó aquí en la primera vuelta? Y yo asiento y digo que son cosas que ocurren, porque quiero tener el bendito certificado. En realidad me muero de ganas de robarme las papeletas electorales, o tal vez de robarme solamente una para tener de recuerdo.
El domingo más temprano que siempre intento robarme el carro de la casa de mis padres para llevar a cabo mi plan: ir a votar con mis amigos y luego desayunar en el bolón de Tere, un súper tigrillo. Soy descubierta en el acto, mi padre tan madrugador como yo se ha levantado antes y planea irse a La Palma, con mi mamá, pero ella, desde que trabaja no tiene intenciones de despertarse temprano, darnos el desayuno o simplemente levantarse.
Él me cambia los planes momentáneamente, quiere hacer cambiar los planes de ella, a mi madre que intenta convencerlo de que me preste el carro. Al final me salgo con la mía y a las siete y media ya estoy manejando. Antes tuve carro, y recordé cuánto me gusta manejar; en el viaje que hice una vez con unos alumnos a Machala, nuestra llegada al parque petrificado de Puyango y luego el regreso aparente a Machala, eso sí, después de habernos cruzado la frontera. Una aventura para ellos y para mí, como protagonista de la historia. Tal vez los chicos se acuerden más de eso que de las clases, y si es así, me siento satisfecha.
Después de recoger a mis dos pasajeros llego al recinto electoral, a no ejercer el derecho al voto. He estado siempre empadronada en Balzar y no soy de allá, pero, ¿acaso soy de acá?, ¿será que el error en el padrón quiere ratificarme mi condición de extraña en el puerto? Cuando me acerco a la junta en que me tocaría votar la presidenta me reconoce, y dice, ¿pero si usted votó aquí en la primera vuelta? Y yo asiento y digo que son cosas que ocurren, porque quiero tener el bendito certificado. En realidad me muero de ganas de robarme las papeletas electorales, o tal vez de robarme solamente una para tener de recuerdo.
Me dan el papelito y lo guardo en la billetera; nos vamos y tenemos que subir el paso de peatones que está al pie del colegio y el olor es tan desagradable, tan de desagüe, de baño público, que me transporto a las épocas en que todo Guayaquil era un baño público de hombres, porque las mujeres no tenemos la facilidad de vaciarnos así de fácil.
La oferta comestible varió ayer, se hizo mexicana, típica de la sierra y de la costa. Un tendido tenía calzones, y se me pasó por la cabeza comprarme uno, pero el calor y la prisa por llegar al bolón o al tigrillo fue más fuerte. Me acordé de un ex profesor que decía que para él cualquier comida era un largo periplo hacia el postre; definitivamente era un fanático de los dulces, así como yo soy una fanática de la sal. Una vez en el bolón de Tere di rienda suelta a mi deseo, y luego, cuando llegué a mi casa, me sumergí en un sopor producto del empacho gastronómico y electoral. Soñé que un avión de LAN se caía en la ciudad, y yo veía el siniestro desde la ventanilla de otro avión que sí volaba; soñé también que Alvarito ganaba, y ascendía a los cielos ataviado con los trapitos del Divino Niño, y su esposa se convertía en la única e irremplazable presidenta del Ecuador. Cuando me desperté seguía un poco desubicada, como de costumbre y prendí el televisor para esperar que mi sueño fuera una pesadilla, al menos parcial.
La oferta comestible varió ayer, se hizo mexicana, típica de la sierra y de la costa. Un tendido tenía calzones, y se me pasó por la cabeza comprarme uno, pero el calor y la prisa por llegar al bolón o al tigrillo fue más fuerte. Me acordé de un ex profesor que decía que para él cualquier comida era un largo periplo hacia el postre; definitivamente era un fanático de los dulces, así como yo soy una fanática de la sal. Una vez en el bolón de Tere di rienda suelta a mi deseo, y luego, cuando llegué a mi casa, me sumergí en un sopor producto del empacho gastronómico y electoral. Soñé que un avión de LAN se caía en la ciudad, y yo veía el siniestro desde la ventanilla de otro avión que sí volaba; soñé también que Alvarito ganaba, y ascendía a los cielos ataviado con los trapitos del Divino Niño, y su esposa se convertía en la única e irremplazable presidenta del Ecuador. Cuando me desperté seguía un poco desubicada, como de costumbre y prendí el televisor para esperar que mi sueño fuera una pesadilla, al menos parcial.
Hoy que escucho los comentarios del triunfo de Correa y la esperanza perdida que parece haber renacido para algunas personas, espero también que esa esperanza me de una bofetada para que crea más, para que sueñe más. Pero estoy en Guayaquil, y esta ciudad no permite muchos sueños, por más identidades que una se invente.
6 comments:
Ninguna profesora nos propuso un viaje siquiera parecido; el que recuerdo con más cariño vendría a ser la visita técnica a la Cervecería Nacional, lindo lugar donde los haya.
La esperanza la rechazo; no espero nada, solo veo lo que va pasando. En cuatro años recién tendremos una idea medio clara de qué tan bueno es que haya ganado Correa.
Un abrazo Anita.
siempre juicioso Hiscarr. Igual pienso yo...
Hola Extraña. Bueno saber de ti...
Hay que tener claro que lo de la esperanza es un compromiso puntual con uno mismo... y si uno establece ese compromiso, el acuerdo entonces es defenderla...
Yo también adoro conducir. Espero tener mi licencia esta semana, y aunque me gustaría dar una vuelta contigo el asunto de las identidades es una fortaleza que tiende a acrecentar la incidencia de nuestras voces...
Ah, por cierto, si la mujer esta vestida todo es, o una promesa llena de la pasión que acarrean los ropajes por caer, o una nostalgia apañada en el transito de los cuerpos que se distancian...
"Soy multitud que avanza y retrocede/negación de mi nombre//Tus manos lavarán mi rostro/cuando acerque las mías a tu vacío" (versos prestados al amante lesbiano)
Un abrazo, querida extraña
Atte,
El Escaparate
Hola Extraña...
Supongo que te ha pasado alguna vez: tener una frustración grande que viene aparejada a determinadas necesidades por cubrir, sin más camino por delante que la incertidumbre más insondable...
Hasta pronto,
El Escaparate
Anita ke lindo verte en blog
Gladys me conto ke se vieron en Bs aires.-
fue bonito verte por aka en el festival ese saludos!
soy deigo.-
Niño gato, me habría encantado estar en Baires. Pero, no , no estuve, en la ficción creo que sí.
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