Soy una espía, tengo que aceptarlo. Desde que me mudé me quedo en la cama escuchando los sonidos de este departamento. Dicen que tiene 30 años, tal vez un tiempo más. Intento inventar la historia de sus habitantes porque cuando lo alquilé me dijeron:
-Estaba arreglándolo para mi hijo que se iba a casar, pero no hubo boda.
Yo: Ah!, bueno, qué lástima.
Pasan los días y llega el carpintero para terminar lo que empezó y dejó inconcluso, así que le pregunto que si él hizo los anaqueles de cocina.
-Claro, yo mismo con el joven cuando se iba a casar. Pero no se casó.
Yo: Ah... No pregunto nada más, pero ya me empieza a dar curiosidad vivir en una casa que tenía toda una finalidad.
Luego viene el robo, la inseguridad, visita de la dueña, y un buen día aparece por fin mi personaje, que todas las mañana recoge a sus sobrinos para llevarlos a la escuela.
-Qué buen tío, pienso, pero con ironía.
Sin explicaciones los dos hermanos suben hasta su-mi departamento. Reconozco a uno que vive abajo, y el otro, ese es mi personaje. Se ha quedado parado en la mitad de la sala, o debería decir mejor, sofá que hace de cama, bote, asiento, sala. Ha mirado a su alrededor con nostalgia, o al menos es lo que se me ocurre pensar.
Y ocurre que esa sola mirada me basta para saber que me gusta. No, no hablemos de gustos, es solo curiosidad y como extraña que soy sigo los vericuetos hasta llegar a lo que fuere, en lugar de tomar el camino más corto.
Indago con la vecina sobre la no boda, indago con el maestro cerrajero sobre el personaje. Nadie dice nada, todos evitan el tema, o lo cambian y el misterio crece. A estas alturas le he dicho a la extraña dos que me gusta un hombre que no conozco.
-Será por eso que te gusta, pues.
-Tal vez
Fumo un cigarrillo en la escalera y aparece el personaje, se acerca y me pregunta
-Y tú, ¿qué haces?
Dudo antes de responder, no por que su presencia me ponga nerviosa sino porque no hay respuesta. Miro hacia la ventana de la oficina que es mi casa y digo:
-Bueno, yo escribo.
Para arreglarla acoto que antes trabajé en un periódico, como para que se vea que soy una mujer normal. Mal, mal, me digo.
No recuerdo el resto de la conversación porque cuando miro algo que me inquieta se detiene el pensamiento, es como si quisiera captar los detalles de un rostro, de la boca, de los ojos, no me concentro en escuchar, solo en ver.
Se despide y subo.
Sesión de peluquería domingo por la noche, mi vecina manicurista me cuenta que mi personaje morirá en cualquier momento. Tiene una enfermedad mortal.
Me he enamorado de un muerto o de la muerte, no lo sé. Extraña dos sugiere que todo es un ardid para conquistarme, así que yo ya vivo mi próxima fantasía.
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