La imagen más temprana de un parque guayaquileño que tengo en mi memoria es la del que está en la nueva Plaza Baquerizo Moreno. Era el parque de Guayaquil y había flores sencillas, toboganes de metal y muchos columpios. Mis favoritos eran los columpios; no me gustaba que me mecieran y veía de una manera extraña cómo algunas madres columpiaban a sus hijos. El momento cúspide del balanceo era cuando llegaba tan alto que parecía que iba a girar totalmente. Ya cuando estaba por irme, en lugar de esperar a que el columpio se detuviera yo saltaba. Creía que volaba.
Hay columpios para todos los gustos: grandes, pequeños, de metal, de madera, de colores, de plástico y para varias personas al mismo tiempo. En el fondo la idea de jugar en un columpio significa movimiento perpetuo, una de las situaciones con las que más tenemos que lidiar, porque el movimiento es esencial y natural en la vida. De todas formas hay algo que nos obliga a estar calmos, estáticos, rutinarios y salirse de esa rutina es un atentado a la estabilidad social.
A lo largo del tiempo he escuchado los discursos pro libertad y desarreglo, pero resultan vacuos en boca de quienes los pronuncian. Resulta que quienes hablan de escapar de la rutina, ser distintos, tienen trabajos estables, mecánicos, y son súbditos. A eso me refiero cuando digo que hay algo estático que debemos poseer para poder movernos.
Tal vez la idea del movimiento o del columpio desaparece a una edad determinada; pero yo tengo mis serias dudas.
Yo imagino columpios que no tienen quién los sostenga; se mecen solos y son míos, porque tal vez lo único que nos pertenece es lo que inventamos para jugar.
A propósito de los columpios yo pondría uno en un árbol tenebroso, abajo tendría que haber una alfombra de flores.
Cuando caminaba, ayer, por el Malecón, pude detenerme en esta feria y aunque las flores no me gustan mucho pensé que pisarlas sería una sensación deliciosa, o tal vez que te las pasen por el cuerpo desnudo...así que aplasté mi click para retenerlas en la virtualidad. Había tanta gente que una vocecita me decía: "Estamos aquí y somos legiones", y una brisa deliciosa. Agosto es el mejor mes de esta podrida ciudad, y si lloviera...