Mi verdadero propósito era ir al Imax, pero decidí ver el nuevo museo que se inauguró la semana pasada. En la boletería no había cambio, pero solucionaron rápido el inconveniente, así que esperé 20 minutos para poder hacer el recorrido.
Antes de entrar me dicen que no puedo tomar fotos, y también que antes de ver las instalaciones tenemos que escuchar las palabras del Alcalde. Eso ya no me gustó mucho, y la verdad no porque me caiga mal el bigotudo si no que me sentí en la China comunista o en Cuba, o como me imagino yo que debe ser en esos países, cada vez que se abre un museo y hay que darle las gracias a la autoridad o a quien sea, de una manera bien propagandera. Ya estaba allí, así que como diría un amigo lumpesco –un poco abandonado por estos días, aunque prometo revertir la situación- , me la tuve que mamar y escuché lo que ya se imaginan, que el museo ha sido hecho para nuestro orgullo y blablabla.
Cuando se acabó el discurso el guía dijo que el proyecto había sido dirigido por el mismo tipo que hizo la iguana de Aventura Plaza, y que además había trabajado en Los piratas del Caribe, supongo yo, haciendo las mismas maquetas que vi.
Ahora sí que tenemos un museo tipo Disneyworld, porque es bien gringa la manera de presentar todo, las maquetas son perfectas, porque no hay otra palabra para describirlas, todos los recursos posibles han sido utilizados, y sobre todo, la musicalización es estupenda, independientemente de que me haya gustado a mí o no. Tengo que decirles que el extasis me llegó cuando escuché El himno a Guayaquil en estilo opera rock, o tal vez como si fuera un musical de Broadway. Como las asociaciones son inevitables se me venían a la mente los lunes cívicos del colegio cuando ponían el himno y me cabeceaba del sueño.
Antes de entrar me dicen que no puedo tomar fotos, y también que antes de ver las instalaciones tenemos que escuchar las palabras del Alcalde. Eso ya no me gustó mucho, y la verdad no porque me caiga mal el bigotudo si no que me sentí en la China comunista o en Cuba, o como me imagino yo que debe ser en esos países, cada vez que se abre un museo y hay que darle las gracias a la autoridad o a quien sea, de una manera bien propagandera. Ya estaba allí, así que como diría un amigo lumpesco –un poco abandonado por estos días, aunque prometo revertir la situación- , me la tuve que mamar y escuché lo que ya se imaginan, que el museo ha sido hecho para nuestro orgullo y blablabla.
Cuando se acabó el discurso el guía dijo que el proyecto había sido dirigido por el mismo tipo que hizo la iguana de Aventura Plaza, y que además había trabajado en Los piratas del Caribe, supongo yo, haciendo las mismas maquetas que vi.
Ahora sí que tenemos un museo tipo Disneyworld, porque es bien gringa la manera de presentar todo, las maquetas son perfectas, porque no hay otra palabra para describirlas, todos los recursos posibles han sido utilizados, y sobre todo, la musicalización es estupenda, independientemente de que me haya gustado a mí o no. Tengo que decirles que el extasis me llegó cuando escuché El himno a Guayaquil en estilo opera rock, o tal vez como si fuera un musical de Broadway. Como las asociaciones son inevitables se me venían a la mente los lunes cívicos del colegio cuando ponían el himno y me cabeceaba del sueño.
Ocurrió que me tocó un grupo inquieto; tres niñós, los padres, una anciana, una joven y un hombre, digamos maduro. Como podrán imaginar los niños accionaban el botón amarillo para que la voz en off nos narrara el episodio histórico, pero ni bien íba la mitad de la historia cuando los pelados ya se habían pasado a otra estación. La anciana no podía terminar de escuchar, así que el grupo se dividió. Yo, como deducirán me fui con los niños, porque estaba más interesada en ver los muñequitos, que los había de piratas, españoles, damas con trajes antiguos, próceres, nativos, en fin de todo. Hacia la mitad me salí porque no tuve paciencia. Algo pasa con mi paciencia, no sé si para bien o para mal. Eso sí, me sentí, tan pero tan guayaquileña, que me amé mucho, algo que me hacía mucha falta. No puedo dar una versión de este nuevo museo, sólo puedo decir que he perdido la objetividad, o lo que me quedaba de ella. Al salir, unas chicas me preguntaron qué tal era el museo y yo dije: “Hermoso”.