Después de que extraña uno desapareción camino distraída por las calles de Guayaquil de mis destrucciones. Hago trámites, me he vuelto una tramitadora de entuertos. Sacar una línea de teléfono, esperar a que mi arrendadora me de una copia de la factura del agua, ladrona de líneas piratas para poder comunicarme.
Como un pulpo salen nuevas obligaciones, y me pregunto en dónde están mis derechos, qué me toca por ser parte de los ciudadanos.
Poco a poco, asimilo que se trata de paciencia, o sea de que nos vean la cara. No diré cara de qué, ya que esa maravillosa palabra se volvió trillada y dicha, y no hay nada peor que lo ya dicho, repetido, manipulado.
Camino por unos estantes del Megamaxi y veo cortinas de baño, toalleros, todos son lindos y caros y le pregunto al fantasma de extraña 1 que si le gustan que si los compro, y ella me dice que sí, que son lindos, que le gustan, pero que ella no comprará nada de lo que ya tuvo.
Mientras ella me da la respuesta me acuerdo de una conversación en un lugar siniestro, de esos en los que explotan a sus empleados. Todos, pensarán ustedes. En todos hay explotación. Sí, digo, yo, pero en unos más que otros. La historia que me cuenta mi interlocutora es de pánico. En ese lugar siniestro de maltratación de empleados, mi interlocutora me cuenta que ella trabajaba en un restaurante en donde todas los tardes debía subir al segundo piso y abrir una caja fuerte. Había un perro que la odiabla. Ella tenía que encender una antorcha para que el perro no se acercara. Todos lo días, con la antorcha a punto de consumirse y supongo yo que pensando en su familia soportaba la tortura de saberse mordida por el animal, y antes de subir, torturada con la idea de que ya casi era la hora del tormento real.
Por años lo hizo, recién hoy se atreve a decirlo, a aceptarlo, a verbalizarlo. No hay calificativos para las personas que tienen que soportar estos abusos, no los hay. Ni hay manera de resarcir la memoria.
Como un pulpo salen nuevas obligaciones, y me pregunto en dónde están mis derechos, qué me toca por ser parte de los ciudadanos.
Poco a poco, asimilo que se trata de paciencia, o sea de que nos vean la cara. No diré cara de qué, ya que esa maravillosa palabra se volvió trillada y dicha, y no hay nada peor que lo ya dicho, repetido, manipulado.
Camino por unos estantes del Megamaxi y veo cortinas de baño, toalleros, todos son lindos y caros y le pregunto al fantasma de extraña 1 que si le gustan que si los compro, y ella me dice que sí, que son lindos, que le gustan, pero que ella no comprará nada de lo que ya tuvo.
Mientras ella me da la respuesta me acuerdo de una conversación en un lugar siniestro, de esos en los que explotan a sus empleados. Todos, pensarán ustedes. En todos hay explotación. Sí, digo, yo, pero en unos más que otros. La historia que me cuenta mi interlocutora es de pánico. En ese lugar siniestro de maltratación de empleados, mi interlocutora me cuenta que ella trabajaba en un restaurante en donde todas los tardes debía subir al segundo piso y abrir una caja fuerte. Había un perro que la odiabla. Ella tenía que encender una antorcha para que el perro no se acercara. Todos lo días, con la antorcha a punto de consumirse y supongo yo que pensando en su familia soportaba la tortura de saberse mordida por el animal, y antes de subir, torturada con la idea de que ya casi era la hora del tormento real.
Por años lo hizo, recién hoy se atreve a decirlo, a aceptarlo, a verbalizarlo. No hay calificativos para las personas que tienen que soportar estos abusos, no los hay. Ni hay manera de resarcir la memoria.
1 comment:
me has dejado con una tormenta de imágenes, lugares terribles falsamente olvidados, aquí están en mi cabeza torturandome!
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